viernes, noviembre 03, 2023

Hoxha (4): A purgar se ha dicho

Musulmán, protobotánico, profesor de ética, posible ladrón,tendero y sospechoso de homosexualidad
Los comunistas no están solos
La guerra dentro de la guerra
A purgar se ha dicho
Sucios británicos, repugnantes yugoslavos
Fulgor y muerte de Koçi Xoxe
Sucios soviéticos
Con la Iglesia hemos topado
El fin de la troika
La jugadora de voleibol que cambió la Historia de Albania
La muerte de Mehmet Shehu
Al fin solo


El 28 de noviembre se celebra el Día de la Independencia en Albania. El convoy quería entrar ese día en Tirana. Once días antes, el ejército alemán se había retirado del país. Se había creado un gobierno provisional y la capital había sido colocada bajo la autoridad de un militar, Mehmet Shehu, un activo comunista que había estado presente en la guerra civil española. El primer día del nuevo gobierno fue celebrado de una forma poco usual entre comunistas: con un gran baile, que se desarrolló en el Hotel Dajti. Allí, Hoxha apareció en público por primera vez acompañado de su costilla, Nexhmije Xhuglini. Xhuglini procedía de una familia que había emigrado a Albania desde Macedonia, y había conocido a Hoxha en noviembre de 1941, dos semanas después de la fundación del Partido Comunista. Ambos habían pasado una parte de la guerra juntos en una casa que le facilitó a Hoxha su principal financiador del momento, Syrja Selfo; que por ello fue premiado después de la guerra con un arresto, una acusación de enemigo del pueblo, y el paredón. Hoy por hoy, la mayoría de los historiadores está de acuerdo en que Xhuglini tuvo un papel fundamental en el alimento de la paranoia que su marido fue desarrollando con los años, conforme acumulaba poder, y que le hacía ver enemigos en todas partes. También se convirtió en la gran defensora del legado de su marido cuando todas las mierdas que cometió se fueron conociendo.

Otro personaje que prestó alojamiento a Hoxha en los años de la guerra fue Bahri Omari, un hombre cercano a los nacionalistas que, de hecho, aceptó ser ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Rexhep Mitrovica. Omari fue uno de los 60 albaneses prominentes que, en noviembre de 1944, fueron colocados frente a un tribunal especial, en un juicio que fue el primero de la era comunista. Su fiscal fue Bedri Spahiu, un antiguo capitán del ejército monárquico albano que había sido expulsado en 1935 y que carecía de formación jurídica aunque, eso sí, había sido compañero de Hoxha en la escuela primaria en Gjirokastra; y el presidente del tribunal fue Koçi Xoxe, que tampoco se había leído nunca más allá de un par de artículos del Código Penal. El 13 de abril de 1945, el tribunal falló 17 penas de muerte, cinco no culpables, y el resto penas de entre 20 y 30 años de prisión. El juicio hizo de Bedri Spahiu uno de los hombres fuertes del régimen; pero, vaya, que años más tarde a él mismo le caerían 30 años.

El juicio especial, como se lo conoce, fue la primera señal que quiso mandar Enver Hoxha en el sentido de que no pensaba soportar disidentes. Pero no se paró ahí. En el tiempo subsiguiente, el régimen se lanzó contra cualquier albanés que fuese, de alguna manera, conocido o respetado. Inmediatamente después del traslado del gobierno a Tirana, fueron arrestados quince miembros del denominado grupo social democrático, formado por intelectuales que querían formar un partido socialdemócrata (ya se sabe: dedicarte a gastar los impuestos recaudados a los demás, sólo que sin asesinarlos y dejándoles que funden periódicos para quejarse). Ocho fueron fusilados, y los otros siete condenados a largas penas de prisión. Una de las condenadas era Musine Kokalari, una abogada e intelectual bastante conocida. Dos de sus hermanos, Muntaz y Bejsim, habían sido fusilados en noviembre de 1944, a pesar de no estar significados políticamente. El último de los hermanos, Hamit, había sido compañero escolar de Hoxha, y se libró porque estaba en la cama con fiebre la noche que los policías fueron a por sus hermanos, y no quisieron cargar con él.

Musine Kokalari fue condenada a 18 años y, una vez que salió de prisión, obligada a residir en Rrëshen, donde trabajó como barrendera todo el resto de su vida. Incluso cuando ya estaba en la cama sufriendo de la enfermedad que la mató le fue negada la asistencia médica.

Hoy en día se sabe que en los años treinta, cuando Kokalari estaba en Italia y Hoxha en Korçë, ambos se cartearon amistosamente. Pero, cuando menos hasta el momento, no se ha podido averiguar qué pasó para que Hoxha cambiase de opinión sobre ella y decidiese cagarle la vida. Lo mismo fue Nexhmije, si se me permite el micromachismo.

Con su mando recién estrenado, el 17 de noviembre de 1944, Enver Hoxha le envió un telegrama al general Dali Ndreu, que terminaba con las siguientes palabras: “Detén, arresta y ejecuta a personas influyentes; haz que su suerte sea un ejemplo para los demás”. Ndreu así lo hizo, y siempre nos quedará como ucronía la pregunta de si lo habría hecho de saber que él mismo acabaría teniendo la suerte de las personas a las que ahora arrestaba.

Dos días después, agentes de la Sigurimi llamaron a 52 puertas en Tirana. 37 de estas personas fueron detenidas, 14 no estaban, y una más era Hamit Kokalari, el tipo que tenía fiebre. Los 37 detenidos fueron trasladados al sótano del Hotel Bristol, donde fueron fusilados inmediatamente. Era un momento en el que incluso en el caso de algunos colaboracionistas con el invasor italogermano estaban siendo perdonados; la razón de aquella inquina permaneció en el misterio.

Las ejecuciones del 12 de noviembre fueron las primeras, pero no las únicas. En realidad, la represión incontrolada permaneció hasta entrado el mes de diciembre, cuando se comenzaron a establecer procesos judiciales. Como es habitual en estos casos, en muchas ocasiones todo lo que hubo para realizar aquellos asesinatos fueron viejas rencillas o gente que, simplemente, le caía mal a otra gente.

Al fin y a la postre, incluso en el propio Partido Comunista, que estructuralmente siempre está preparado para admitir que haya gente que la diñe porque sí, comenzó a haber gente mosqueada. El propio Enver Hoxha nos informa en sus memorias de que Sejfullah Malëshova elevó su voz para protestar porque partisanos que se habían hecho comunistas hacía poco, u otros que no lo eran pero que no habían contemporizado con el enemigo ni un tantito, hubiesen terminado en los sótanos de los hoteles manchándolo todo de sangre. El propio Hoxha no debía de estar muy convencido de lo que hizo pues, a pesar de ser durante muchos años el autócrata incontestado de Albania, no impidió que en su país se pusiera de moda la leyenda urbana de que todas aquellas ejecuciones las había ordenado Mehmet Shehu, otras veces Shefquet Peçi, otras Koçi Xoxe. Sin embargo, la puta manía de los comunistas por registrarlo todo, que también les dio más de un disgusto cuando el franquismo levantó su Causa General, dejó en mal lugar a Hoxha: en 1991, cuando la documentación del régimen se desclasificó, aparecieron documentos claramente probatorios de que, durante aquellas semanas de caos judicial, hasta las ratas que habían muerto a escobazos debían su muerte a órdenes de Enver Hoxha. Esto a pesar de que entre el 23 y el 27 de noviembre de 1944, en medio de todo el merdé, se había producido la reunión plenaria del Partido en Berat de la que ya os he hablado y en la que fueron muchos los dirigentes que se mostraron escandalizados por lo que estaba ocurriendo; reunión en la que Hoxha vino a decir que sí, que las ejecuciones las ordenaba él, pero porque se las exigían los putos yugoslavos.

Tras la reunión, cuando menos 2.000 personas fueron asesinadas sin juicio y, en muchos casos, al comunismo albano se le vio el plumero, pues fueron muertes muy bien seleccionadas para que generasen generosas incautaciones de casas, coches y joyas. Pues, al fin y a la postre, todo comunista que ejerce o ha ejercido poder tiene siempre detrás de sí su yate Vita. Así las cosas, la masacre de ciudadanos albaneses dejó el país seco de comerciantes, profesionales y personas en general capaces de crear valor; que es lo que siempre quiere un comunista: repartir miseria.

Entre las personas ricas de Albania que se convirtieron en el objetivo del nuevo régimen, cómo no, los propietarios rurales fueron los primeros. Enver Hoxha decretó una inmediata reforma agraria, en el marco de la cual las colectivizaciones comenzaron ipso flauto.

Inmediatamente después de terminada la guerra, la Segurimi fue reorganizada e integrada en el Ministerio del Interior, bajo la atenta mirada de Koçi Xoxe, un tipo al que su triste final no debe impediros ver el bosque de que era un nota de cojones y, en ese momento, el fiel escudero de Hoxha cuando de reprimir se trataba.

Algún día, algún buen historiador que hable y lea albanés debería tomar la labor de escribir la Historia de la Sigurimi. Esto vendría bien, pues le enseñaría a mucha gente, entre ellos a los comunistas y siperos con orejas, que, en realidad, saber de la OGPU, la KGB o la Stasi alemana, en realidad, no es saber lo peor. La Sigurimi, en muchos aspectos, les superó a todos, o cabe sospechar que fue así pues, como ya he sugerido, en realidad buena parte de su Historia todavía está esperando ser escrita. Ya en los primeros años de su existencia, la Sigurimi llegaba a los 200.000 miembros. Parece poco teniendo en cuenta el tamaño que alcanzó la KGB; pero no hay que olvidar que son países de dimensiones muy diferentes. Con 200.000 agentes la Sigurimi, como la Stasi, podía, literalmente, vigilar a todo el mundo. En 1990, cuando la Albania socialista colapsó, la Sigurimi tenía un millón de archivos. Lo cual quiere decir que tenía un dosier por cada albanés adulto. Por lo demás, Albania, un país muy pequeño, construyó 39 prisiones; establecimientos cuyos internos recibían, cada día, 650 gramos de pan, 7 gramos de aceite, 10 gramos de azúcar, 70 gramos de arroz, pasta o legumbres, y 150 gramos de vegetales. Y con eso tenían que vivir. En momentos generosos de la Historia de la Albania socialista, a las familias de los presos se les permitía llevarles hasta tres kilos de fruta. El tema se llevaba tan a rajatabla que, si los parientes entregaban un melón que pesase más de tres kilos, el peso redundante era cortado antes de entregarlo al preso.

El Ministerio del Interior de Xoxe, por su parte, aplicó el principio derivado de las purgas estalinistas y consistente en generar castigos globales. Quiere esto decir que la represión alcanzaba a toda la familia. Cualquier persona que fuese pariente o amigo de alguien considerado un enemigo del pueblo afrontaba las mismas condenas de cárcel, o de muerte, que el propio condenado. Obviamente, la forma de sortear este destino era la delación.

El régimen comunista albanés terminó muy pronto con la oposición política no comunista, que era, en todo caso, relativamente elitista y, por lo tanto, fácil de encontrar, por así decirlo. Cuando se acabó con la oposición política, Hoxha decretó la persecución de los partisanos y combatientes de la resistencia considerados no cercanos al comunismo. Su primera víctima fue Gjergj Kojoshi, miembro del Consejo Nacional de Liberación, ministro de Educación en el primer gobierno provisional de Hoxha; cometió el error de protestar por la represión, la falta de democracia y el excesivo papel de los yugoslavos en el país.

En mayo de 1947 comenzó otra purga masiva. Esta vez, el objetivo fueron diversos miembros de la Asamblea del Pueblo, es decir, el parlamento, así como sus relativos. Se trataba de unos 40 diputados que habían intentado organizarse en una especie de movimiento de oposición, al frente de los cuales estaba Riza Dani. En mayo de 1947, Dani fue arrestado conjuntamente con una decena de parlamentarios. Los 40 detenidos totales fueron juzgados en un caso rápido que los sentenció el 30 de agosto. 17 de ellos fueron enviados al paredón, entre ellos el propio Riza Dani, Shefqet Beja o Selahudin Toto, que era una especie de héroe nacional porque sus dos hermanos, Ethem y Ismet, habían muerto tras haber intentado un golpe de Estado contra el rey Zog. Enver Zazani, que había sido compañero de escuela de Hoxha y se había tenido por su mejor amigo, también estaba en la lista.

Algunos meses antes, en 1946, Enver Hoxha había comenzado su larga lista de rupturas con los ingleses y los norteamericanos. En realidad, es más que probable que a Hoxha no le gustasen los sajones desde hacía mucho tiempo; pero digamos que el final de la guerra, la situación estratégica de Albania y la más que posible dependencia que el máximo mandatario albanés percibía respecto de Yugoslavia hizo que ese rechazo primario se convirtiese en algo visible. Durante el año 46, efectivamente, las relaciones diplomáticas entre Albania y los dos principales socios occidentales del bando ganador de la guerra se fueron deteriorando rápidamente, y Hoxha terminó por echar a los embajadores. Antes, Hoxha le había exigido a los británicos que cortasen cualquier relación con los políticos no comunistas, cosas que en Londres no quisieron hacer. Cuando Hoxha decidió echar a los británicos de su teatro, aparentemente éstos juzgaron que, en la partida que estaban jugando en los Balcanes, Albania no era una pieza importante (no lo era); así pues, yo creo que dejaron que la bola rodase cuesta abajo de forma natural. Eso sí, destrozando todo el trabajo británico en la zona, Hoxha se ganó la enemiga de dos oficiales que actuaban en la zona: Julian Amery y David Smiley. Con Amery hizo muy, muy mal negocio, porque sería miembro conservador del Parlamento británico durante cuatro décadas y, como quiera que además se casó con una hija de Harold McMillan, también tuvo diversos puestos en la Administración británica, desde donde dio por culo todo lo que pudo. Y pudo mucho.

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